El cuerpo rígido, la cara pálida, el sabio espera paciente en su cama, pues ya sabe que llega la hora a la que todo hombre teme y ninguno añora.
Con las manos arrugadas y temblorosas sostiene el líquido que tanto le había costado conseguir. Algo propio y genuino creado por él mismo para perdurar en el tiempo por los siglos venideros que daría sentido a toda su existencia.